Comisión Nacional por
Discurso Contralmirante (R)
Carlos Büsser (VGM)
En este acto venimos a recordar los doscientos años de
la recuperación de Buenos Aires como consecuencia de la llamada primera
invasión inglesa y de la defensa de esta ciudad en 1807 contra el mismo
invasor. Pero no sólo debemos recordar estos hechos de nuestra historia, sino
que además debemos extraer las lecciones importantes que ellos nos
dejan.
Se ha dicho que la decisión de invadir en la primera
oportunidad no la tomó el gobierno británico sino los jefes militares que la ejecutaron.
Podrá la historia discutir la veracidad o no de tal afirmación. Lo
que no admite discusión es el propósito pirático de la expedición de 1806. Los
jefes de la fuerza inglesa que acababa de capturar Ciudad del Cabo se enteraron
de que en Buenos Aires existían importantes caudales que estaban a la espera de
ser enviados a España. Para apoderarse de ellos conformaron una fuerza con los
buques de la marina y tropas del ejército que ya no se necesitaban en la nueva
colonia que acababan de conquistar. Previo a la zarpada, acordaron, entre
el General inglés que entregó las tropas, el Comodoro Home Popham y el General
Beresford, cómo distribuir el botín que pensaban capturar, incluyendo lo que
correspondería a los soldados y marineros.
Producido el desembarco el 25 de junio de ese año la
débil defensa del virrey Sobremonte se limitó a sacar de la ciudad los caudales
y a retirarse a Córdoba, con el pretexto de ir a buscar refuerzos.
La situación resultaba curiosa. La fuerza inglesa era
poco importante en relación con la ciudad que pretendía capturar. No obstante,
ante la ausencia de la máxima autoridad española, sus subordinados no atinaron
a organizar una defensa eficaz e intentaron negociar con el invasor.
Ante el pedido de negociar,
Beresford, poniendo en evidencia sus prioridades, respondió
que se trataría la capitulación luego de la entrada a la ciudad, pero que desde
ya debía entenderse que los caudales del rey debían volver del camino y serle
entregados, así como todas las embarcaciones flotantes en el río, tanto de
guerra como de particulares, además del dinero de la Compañía de Filipinas y
cualquier otro que tuviera conexión con la real hacienda.
La entrada de las tropas inglesas a Buenos Aires, el 29
de junio, se efectuó sin problemas y en esa forma, sin resistencias, los
ingleses se apoderaron de la ciudad y de las embarcaciones que había en el
puerto, ante el estupor de la población al comprobar la debilidad de la fuerza
ocupante.
Aparece así la primera lección de toda esta historia:
el no cumplimiento de sus deberes por las autoridades constituidas, que no
cumplen su deber ni ejercen sus responsabilidades, deja inerme a la sociedad
ante la acción de cualquier aventurero.
El jefe británico, al no serle entregados los
caudales que buscaba se apoderó de unas ciento ochenta embarcaciones
menores con sus respectivos cargamentos, lo que afectaba a muchos vecinos,
amenazando quedarse con todo si no se le hacía la entrega que pretendía. Por
ese motivo el Cabildo se dirigió al Virrey pidiéndole el envío de los caudales
a Buenos Aires. Sobremonte comisionó a uno de sus subordinados para que
negociara con Beresford la entrega, lo que aquel ejecutó bajo la condición de
que tales caudales no serían sacados de Buenos Aires hasta tanto las respectivas
cortes acordaran la solución de la cuestión.
Hecha la entrega, Beresford, incumpliendo su
palabra, los hizo embarcar y los envió a Londres, donde fueron recibidos en
septiembre, con enormes muestras de júbilo popular y de apoyo y reconocimiento
del gobierno inglés. Los lores del almirantazgo enviaron una carta a Popham
expresando “su desaprobación a que una medida de tanta importancia se hubiera
adoptado sin la sanción del gobierno de Su Majestad.” Pero agregaron “su
completa aprobación a la conducta juiciosa, capaz y animosa demostrada” en esas
operaciones. Los caudales alcanzaron la cifra de
Y tenemos la segunda lección: Inglaterra
siempre actúa movida por sus intereses, entre los cuales, siempre, aparecen las
motivaciones económicas.
Y también la tercera lección: no se debe
confiar en la palabra de un jefe inglés si hay intereses económicos de por
medio y tiene los medios y el poder para no cumplirla.
Ya el 27 de junio se habían unido a los invasores
dos habitantes de Buenos Aires, el norteamericano Guillermo White y Ulpiano
Barreda, como intérpretes, informantes o auxiliares. Los días que
siguieron a la caída de Buenos Aires mostraron facetas bien diferentes. Los
oficiales ingleses fueron alojados en casas de familias porteñas mientras
Beresford exigió a los funcionarios públicos y militares que prestaran
juramento de lealtad al rey inglés. Sólo logró el juramento de cincuenta y ocho
vecinos de la ciudad. Belgrano, miembro del Consulado, pasó a una población de
la Banda Oriental para no prestar dicho juramento, que sí prestaron otros
miembros de ese cuerpo. La Real Audiencia se negó a continuar ejerciendo su
magistratura y los miembros del Tribunal de Cuentas se negaron a jurar.
La cuarta lección que nos deja esta historia es que en
los conflictos con los ingleses, siempre han aparecido entre nosotros, al lado
de los que adoptan posturas honorables y muchas veces heroicas, quienes, por
variadas razones, se prestan a apoyar al invasor o al enemigo que pretende
humillarnos.
Tan pronto los habitantes de Buenos Aires
tuvieron conciencia de la escasa magnitud de la fuerza inglesa que se había
apoderado de su ciudad, apareció una fuerte indignación por la vergonzosa
actuación del Virrey y se comenzó a preparar la reconquista en distintos
sectores y clases sociales.
Fueron líderes, entre otros, Juan Martín de Pueyrredón,
Felipe Sentenach, Juan de Dios Dozo, Martín de Alzaga, los que reunieron tropas
y financiaron su alistamiento. El Capitán de Navío Santiago de Liniers,
que había estado a cargo del fuerte de Barragán regresó el 29 de junio a
Buenos Aires y ante la efervescencia de la población, comenzó su tarea
uniéndose a los otros grupos que se preparaban para actuar. Pero, devoto de la
Virgen del Rosario, invocó su protección y le hizo la promesa de entregarle las
banderas de las unidades inglesas que se rindieran. Esa es la razón por las que
en la iglesia de Santo Domingo están las banderas que tanto deberían
enorgullecernos. Comenzó así una relación estrecha entre nuestra devoción a
Nuestra Señora del Rosario y nuestra lucha contra el invasor inglés, que se
extiende hasta nuestros días.
La quinta lección es que desde los
comienzos de nuestra historia, la lucha contra Inglaterra estuvo
permanentemente ligada a nuestras raíces católicas y a la advocación de la
Virgen del Rosario.
Los habitantes de Buenos Aires comenzaron a
organizar su acción. Surgieron quienes aportaban dinero para solventar los
gastos de aquellos que se preparaban para la lucha, unos alistándose como
voluntarios, otros reuniendo armas, municiones, confeccionando uniformes,
además de establecer contacto con las autoridades de Montevideo para recabar
refuerzos, incluso preparando el túnel de una mina para destruir el cuartel de
la Ranchería y luego el Fuerte,. Lo mismo que en la ciudad, en la campaña
cercana a ella los preparativos para la lucha eran intensos, entre los que se
destacaba Juan Martín de Pueyrredón organizando partidas de voluntarios.
Uno de los que se dirigió a Montevideo con esos
propósitos, el 17 de julio, fue Liniers, que obtuvo se le entregaran las tropas
de Buenos Aires que Sobremonte había destacado poco antes a aquella ciudad para
su defensa. También se puso a sus órdenes a una fuerza naval preparada para ese
efecto, que tenía el propósito de colaborar en el traslado de las tropas a la
otra orilla del Plata, y de atacar a los buques ingleses que por su porte, no
eran muy aptos para actuar en el Río de la Plata.
Liniers se puso en marcha el 23 de julio. El 1°
de agosto emitió una orden para sus tropas. Expresaba entre otras cosas: “Si
llegamos a vencer, como lo espero, a los enemigos de nuestra Patria, acordáos,
soldado que los vínculos de la Nación española son los de reñir con intrepidez,
como triunfar con humanidad: el enemigo vencido es nuestro hermano, y la
Religión y la generosidad de todo buen español le hace como tan natural estos
principios, que tendría rubor de encarecerlos” Y seguía diciendo: “Si el buen
orden, la disciplina y el buen trato deben observarse para antes y después de
la victoria, rescatada Buenos Aires debemos conducirnos con el mayor recato; y
que no se diga que los amigos han causado mayor disturbio en la tranquilidad
pública que los enemigos, pues si se debe castigar a algunos traidores a la
Patria, vivan seguros que lo estarán ejecutivamente por las autoridades constituidas
para entender de semejantes delitos. Por tanto espero de todos mis amados
compañeros de armas que me darán la gloria de poder exaltar a los pies del
Trono de nuestro amado soberano, tanto los rasgos de su valor, como su
moderación y acrisolada conducta.”
La sexta lección es de orden moral. Ya en esa
primera operación militar de lo que podemos considerar nuestra historia,
aparece rigiendo la conducta de nuestras fuerzas el concepto de comportamiento
correcto y trato hidalgo y generoso hacia los vencidos, que se repetiría
durante la guerra por la independencia y la guerra contra el Brasil y se
prolongaría hasta la guerra por las Malvinas.
Hubo reveses como el de Perdriel, que no mermaron
la determinación de los que desde ese entonces podemos llamar patriotas, y
éxitos que culminaron con la rendición de la guarnición inglesa el 12 de
agosto.
Fue destacable la participación de los jóvenes y de
todos los pobladores, que mostraron su coraje y su capacidad. Liniers escribió
el 11 de agosto: “Luego que acampé en las inmediaciones de la ciudad se
agolparon las personas de menores conveniencias con municiones de boca para
subsistencia de las tropas, caballos, monturas y carros para el bagaje.
PIDIERON ARMAS HASTA LOS NIÑOS, …” Y siguió escribiendo: “Aquella multitud
de pueblo que se me agregó en el corto tránsito desde los mataderos de Miserere
al ventajoso puesto del Retiro, ocupado con denuedo, me facilitó derrotar y
amedrentar al enemigo, por el singular esfuerzo con que sacaron a campo limpio
la artillería detenida y atollada en el campo del Retiro, como en las calles de
la ciudad: de modo que me vi rodeado en la plaza mayor de un cuerpo inmenso de
guerreros, cuyas voces de ¡avance! ¡avance! confundían casi el estruendo de la
artillería y llenaban de horror al enemigo.”
Cabe recordar algunos episodios particulares. El 12 de
agosto, el buque inglés “Justinia”, de 26 cañones, se acercó a la costa para
bombardear a las tropas de Liniers que estaban próximas al Retiro. Una súbita
bajada de las aguas del río lo dejaron en seco, lo que fue aprovechado por una
partida de caballería al mando del Subteniente Martín Güemes, que entonces
tenía 21 años, que cargó contra el buque varado y lo capturó, en lo que un
oficial inglés describió así: “Este barco ofrece un fenómeno en los
acontecimientos militares, el de haber sido abordado y tomado por caballería al
terminar el 12 de agosto.”
También merece recordarse la intervención del Ayudante
de Campo de Liniers, Hilarión de la Quintana. Cuando el ataque patriota
arreciaba, los ingleses izaron en el Fuerte bandera de parlamento. Liniers
envió a su ayudante para que averiguara qué quería el jefe inglés. Cuando
éste ingresó al Fuerte, las tropas criollas y la multitud que estaba en las
inmediaciones amenazaban con desbordarse y proseguir el ataque a pesar de la
bandera de parlamento. Ante esa situación, De la Quintana subió a las murallas
y desde allí, abriendo sus brazos y afrontando el fuego que se hacía desde las
calles y la plaza, intimó a los atacantes a que cesaran en su accionar, lo que
consiguió de inmediato. Un oficial inglés, que estaba presente, escribió sobre
él “Si vive, este joven será un honor para su Rey y para su Patria”.
Poco después, al encontrarse con Beresford, De la Quintana, más allá de las
órdenes que había recibido, le intimó rendición incondicional. Beresford,
viendo que no tenía alternativa, decidió izar la bandera española, con lo que
se consumó su rendición, la que fue claramente incondicional.
Y también estuvo presente en la lucha la mujer.
Manuela Pedraza, “La Tucumanesa”, luchando al lado de su marido, que era Cabo
en las tropas de Liniers, mató a un soldado inglés y le quitó su fusil que
luego ofreció a Liniers. Por su valor, el Rey le otorgó en febrero de 1807 el
grado y sueldo de Subteniente de Infantería.
Y con estos hechos que acabo de referir aparecen
las últimas lecciones que nos dejan estos episodios de 1806.
La séptima es que la reconquista de Buenos Aires
en 1806 fue obra de toda la población, civiles y militares, que movida por los
mismos ideales de rechazo al invasor, se unió en la acción tendiente a
expulsarlo.
La octava lección nos muestra a la totalidad
de esa misma población, civiles y militares, que unidos detrás de un mismo
ideal y de un mismo objetivo nos mostraron que luchando para alcanzarlos,
podemos ser irresistibles para quien se nos oponga. La clave del éxito y de la
victoria estuvo ese día, y sigue estando hoy, en la unión de civiles y
militares y en la entrega de todos por igual. Esos días ni los civiles solos
podrían haber vencido al invasor, ni los militares solos podrían haberlo hecho.
Fue necesario que se juntaran y actuaran juntos. Cometería un pecado de lesa
imbecilidad aquel que quisiera separarnos o dividirnos como si fuéramos
sectores antagónicos. Ya lo hemos estado muchas veces y cada vez que eso
ocurrió, la Argentina sufrió daños incalculables. Crear divisiones o crear
odios entre nosotros sería actuar no sólo contra lo que nos enseña esta
historia sino contra lo que nos indica el sentido común.
Muy cerca de este lugar, en la vereda de
enfrente, está la placa que recuerda el sitio donde cayó herido de muerte en
1807 el Teniente de Navío Cándido de Lasala. Todos esos hechos los recordaremos
el año próximo. Pero mientras tanto, debemos tener presente que la resistencia
de 1807 sólo fue posible porque durante un año todos los habitantes de Buenos
Aires estuvieron preparando una fuerza militar que fuera capaz de ejecutar con
éxito la defensa. Si en 1807 no hubiera existido esa importante fuerza defensiva,
seguramente la que hoy llamamos “segunda invasión inglesa” hubiera sido un
éxito. En el curso de un año, los mismos que ejecutaron la reconquista de
Buenos Aires organizaron la fuerza necesaria, dejando de lado prejuicios,
ventajas personales y probablemente, algunas animosidades.
Y aquí aparece la última lección de esta
historia: Para hacer posible una defensa eficaz del territorio es indispensable
contar siempre con fuerzas militares a disposición, que no se pueden improvisar
cuando llega la hora de la verdad, sino que se deben preparar con tiempo y
contar siempre con ellas. Quien, por la causa que sea, no entienda esta
verdad de Perogrullo, padece de una ceguera incurable e imperdonable.