Comisión Nacional por la Conmemoración del Bicentenario de la Reconquista (12 de agosto de 2006) y de la Defensa de Buenos Aires (5 de julio de 2007)

Discurso Contralmirante (R) Carlos Büsser (VGM)

 

En este acto venimos a recordar los doscientos años de la recuperación de Buenos Aires como consecuencia de la llamada primera invasión inglesa y de la defensa de esta ciudad en 1807 contra el mismo invasor. Pero no sólo debemos recordar estos hechos de nuestra historia, sino que además debemos extraer   las lecciones importantes que ellos nos dejan.

Se ha dicho que la decisión de invadir en la primera oportunidad no la tomó el gobierno británico sino los jefes militares que la ejecutaron. Podrá la historia discutir la veracidad  o no de tal afirmación.  Lo que no admite discusión es el propósito pirático de la expedición de 1806. Los jefes de la fuerza inglesa que acababa de capturar Ciudad del Cabo se enteraron de que en Buenos Aires existían importantes caudales que estaban a la espera de ser enviados a España. Para apoderarse de ellos conformaron una fuerza con los buques de la marina y tropas del ejército que ya no se necesitaban en la nueva colonia que acababan de conquistar. Previo a la zarpada, acordaron,  entre el General inglés que entregó las tropas, el Comodoro Home Popham y el General Beresford, cómo distribuir el botín que pensaban capturar, incluyendo lo que correspondería a los soldados y marineros.  

Producido el desembarco el 25 de junio de ese año la débil defensa del virrey Sobremonte se limitó a sacar de la ciudad los caudales y a retirarse a Córdoba, con el pretexto de ir a buscar refuerzos.

La situación resultaba curiosa. La fuerza inglesa era poco importante en relación con la ciudad que pretendía capturar. No obstante, ante la ausencia de la máxima autoridad española, sus subordinados no atinaron a organizar una defensa eficaz e intentaron negociar con el invasor.

 Ante el pedido de negociar,   Beresford,  poniendo en evidencia sus prioridades, respondió que se trataría la capitulación luego de la entrada a la ciudad, pero que desde ya debía entenderse que los caudales del rey debían volver del camino y serle entregados, así como todas las embarcaciones flotantes en el río, tanto de guerra como de particulares, además del dinero de la Compañía de Filipinas y cualquier otro que tuviera conexión con la real hacienda.   

La entrada de las tropas inglesas a Buenos Aires, el 29 de junio, se efectuó sin problemas y en esa forma, sin resistencias, los ingleses se apoderaron de la ciudad y de las embarcaciones que había en el puerto, ante el estupor de la población al comprobar la debilidad de la fuerza ocupante.

Aparece así la primera lección de toda esta historia: el no cumplimiento de sus deberes por las autoridades constituidas, que no cumplen su deber ni ejercen sus responsabilidades, deja inerme a la sociedad ante la acción de cualquier aventurero.

 El jefe británico, al no serle entregados los caudales que buscaba  se apoderó de unas ciento ochenta embarcaciones menores con sus respectivos cargamentos, lo que afectaba a muchos vecinos, amenazando quedarse con todo si no se le hacía la entrega que pretendía. Por ese motivo el Cabildo se dirigió al Virrey pidiéndole el envío de los caudales a Buenos Aires. Sobremonte  comisionó a uno de sus subordinados para que negociara con Beresford la entrega, lo que aquel ejecutó bajo la condición de que tales caudales no serían sacados de Buenos Aires hasta tanto las respectivas cortes acordaran la solución de la cuestión.

 Hecha la entrega, Beresford, incumpliendo su palabra, los hizo embarcar y los envió a Londres, donde fueron recibidos en septiembre, con enormes muestras de júbilo popular y de apoyo y reconocimiento del gobierno inglés. Los lores del almirantazgo enviaron una carta a Popham expresando “su desaprobación a que una medida de tanta importancia se hubiera adoptado sin la sanción del gobierno de Su Majestad.” Pero agregaron “su completa aprobación a la conducta juiciosa, capaz y animosa demostrada” en esas operaciones. Los caudales alcanzaron la cifra de 296.187 libras, las que posteriormente se distribuyeron entre1233 hombres del Ejército y 1606 de la Marina, correspondiéndole al General Baird, 23.990, a Popham más de siete mil y a Beresford 11.995,

 Y tenemos la segunda lección: Inglaterra siempre actúa movida por sus intereses, entre los cuales, siempre, aparecen las motivaciones económicas.

  Y también la tercera lección: no se debe confiar en la palabra de un jefe inglés si hay intereses económicos de por medio y tiene los medios y el poder para no cumplirla.

 Ya el 27 de junio se habían unido a los invasores dos habitantes de Buenos Aires, el norteamericano Guillermo White y Ulpiano Barreda, como intérpretes, informantes  o auxiliares. Los días que siguieron a la caída de Buenos Aires mostraron facetas bien diferentes. Los oficiales ingleses fueron alojados en casas de familias porteñas mientras Beresford exigió a los funcionarios públicos y militares que prestaran juramento de lealtad al rey inglés. Sólo logró el juramento de cincuenta y ocho vecinos de la ciudad. Belgrano, miembro del Consulado, pasó a una población de la Banda Oriental para no prestar dicho juramento, que sí prestaron otros miembros de ese cuerpo. La Real Audiencia se negó a continuar ejerciendo su magistratura y los miembros del Tribunal de Cuentas se negaron a jurar.

La cuarta lección que nos deja esta historia es que en los conflictos con los ingleses, siempre han aparecido entre nosotros, al lado de los que adoptan posturas honorables y muchas veces heroicas, quienes, por variadas razones, se prestan a apoyar al invasor o al enemigo que pretende humillarnos.

 Tan pronto los habitantes de Buenos Aires tuvieron conciencia de la escasa magnitud de la fuerza inglesa que se había apoderado de su ciudad, apareció una fuerte indignación por la vergonzosa actuación del Virrey y se comenzó a preparar la reconquista en distintos sectores y clases sociales.

 Fueron líderes, entre otros, Juan Martín de Pueyrredón, Felipe Sentenach, Juan de Dios Dozo, Martín de Alzaga, los que reunieron tropas y financiaron su alistamiento. El Capitán de Navío Santiago de Liniers,  que había estado a cargo del fuerte de Barragán regresó el 29 de junio a Buenos Aires y ante la efervescencia de la población, comenzó su tarea uniéndose a los otros grupos que se preparaban para actuar. Pero, devoto de la Virgen del Rosario, invocó su protección y le hizo la promesa de entregarle las banderas de las unidades inglesas que se rindieran. Esa es la razón por las que en la iglesia de Santo Domingo están las banderas que tanto deberían enorgullecernos. Comenzó así una relación estrecha entre nuestra devoción a Nuestra Señora del Rosario y nuestra lucha contra el invasor inglés, que se extiende hasta nuestros días.

 La  quinta lección es que desde los comienzos de nuestra historia, la lucha contra Inglaterra estuvo permanentemente ligada a nuestras raíces católicas y a la advocación de la Virgen del Rosario.

 Los habitantes de Buenos Aires comenzaron a organizar su acción. Surgieron quienes aportaban dinero para solventar los gastos de aquellos que se preparaban para la lucha, unos alistándose como voluntarios, otros reuniendo armas, municiones, confeccionando uniformes, además de establecer contacto con las autoridades de Montevideo para recabar refuerzos, incluso preparando el túnel de una mina para destruir el cuartel de la Ranchería y luego el Fuerte,. Lo mismo que en la ciudad, en la campaña cercana a ella los preparativos para la lucha eran intensos, entre los que se destacaba Juan Martín de Pueyrredón organizando partidas de voluntarios.

 Uno de los que se dirigió a Montevideo con esos propósitos, el 17 de julio, fue Liniers, que obtuvo se le entregaran las tropas de Buenos Aires que Sobremonte había destacado poco antes a aquella ciudad para su defensa. También se puso a sus órdenes a una fuerza naval preparada para ese efecto, que tenía el propósito de colaborar en el traslado de las tropas a la otra orilla del Plata, y de atacar a los buques ingleses que por su porte, no eran muy aptos para actuar en el Río de la Plata.

 Liniers se puso en marcha el 23 de julio. El 1° de agosto emitió una orden para sus tropas. Expresaba entre otras cosas: “Si llegamos a vencer, como lo espero, a los enemigos de nuestra Patria, acordáos, soldado que los vínculos de la Nación española son los de reñir con intrepidez, como triunfar con humanidad: el enemigo vencido es nuestro hermano, y la Religión y la generosidad de todo buen español le hace como tan natural estos principios, que tendría rubor de encarecerlos” Y seguía diciendo: “Si el buen orden, la disciplina y el buen trato deben observarse para antes y después de la victoria, rescatada Buenos Aires debemos conducirnos con el mayor recato; y que no se diga que los amigos han causado mayor disturbio en la tranquilidad pública que los enemigos, pues si se debe castigar a algunos traidores a la Patria, vivan seguros que lo estarán ejecutivamente por las autoridades constituidas para entender de semejantes delitos. Por tanto espero de todos mis amados compañeros de armas que me darán la gloria de poder exaltar a los pies del Trono de nuestro amado soberano, tanto los rasgos de su  valor, como su moderación y acrisolada conducta.”

 La sexta lección es de orden moral. Ya en esa primera operación militar de lo que podemos considerar nuestra historia, aparece rigiendo la conducta de nuestras fuerzas el concepto de comportamiento correcto y trato hidalgo y generoso hacia los vencidos, que se repetiría durante la guerra por la independencia y la guerra contra el Brasil y se prolongaría hasta la guerra por las Malvinas.

 Hubo reveses como el de Perdriel, que no mermaron la determinación de los que desde ese entonces podemos llamar patriotas, y éxitos que culminaron con la rendición de la guarnición inglesa el 12 de agosto.

Fue destacable la participación de los jóvenes y de todos los pobladores, que mostraron su coraje y su capacidad. Liniers escribió el 11 de agosto: “Luego que acampé en las inmediaciones de la ciudad se agolparon las personas de menores conveniencias con municiones de boca para subsistencia de las tropas, caballos, monturas y carros para el bagaje. PIDIERON ARMAS HASTA LOS NIÑOS, …” Y siguió escribiendo: “Aquella multitud de pueblo que se me agregó en el corto tránsito desde los mataderos de Miserere al ventajoso puesto del Retiro, ocupado con denuedo, me facilitó derrotar y amedrentar al enemigo, por el singular esfuerzo con que sacaron a campo limpio la artillería detenida y atollada en el campo del Retiro, como en las calles de la ciudad: de modo que me vi rodeado en la plaza mayor de un cuerpo inmenso de guerreros, cuyas voces de ¡avance! ¡avance! confundían casi el estruendo de la artillería y llenaban de horror al enemigo.

Cabe recordar algunos episodios particulares. El 12 de agosto, el buque inglés “Justinia”, de 26 cañones, se acercó a la costa para bombardear a las tropas de Liniers que estaban próximas al Retiro. Una súbita bajada de las aguas del río lo dejaron en seco, lo que fue aprovechado por una partida de caballería al mando del Subteniente Martín Güemes, que entonces tenía 21 años, que cargó contra el buque varado y lo capturó, en lo que un oficial inglés describió así: “Este barco ofrece un fenómeno en los acontecimientos militares, el de haber sido abordado y tomado por caballería al terminar el 12 de agosto.”

También merece recordarse la intervención del Ayudante de Campo de Liniers, Hilarión de la Quintana. Cuando el ataque patriota arreciaba, los ingleses izaron en el Fuerte bandera de parlamento. Liniers envió a su ayudante para que averiguara qué quería el jefe inglés. Cuando  éste ingresó al Fuerte, las tropas criollas y la multitud que estaba en las inmediaciones amenazaban con desbordarse y proseguir el ataque a pesar de la bandera de parlamento. Ante esa situación, De la Quintana subió a las murallas y desde allí, abriendo sus brazos y afrontando el fuego que se hacía desde las calles y la plaza, intimó a los atacantes a que cesaran en su accionar, lo que consiguió de inmediato. Un oficial inglés, que estaba presente, escribió sobre él “Si vive, este joven será un honor para su Rey y para su Patria”. Poco después, al encontrarse con Beresford, De la Quintana, más allá de las órdenes que había recibido, le intimó rendición incondicional. Beresford, viendo que no tenía alternativa, decidió izar la bandera española, con lo que se consumó su rendición, la que fue claramente incondicional.

 Y también estuvo presente en la lucha la mujer. Manuela Pedraza, “La Tucumanesa”, luchando al lado de su marido, que era Cabo en las tropas de Liniers, mató a un soldado inglés y le quitó su fusil que luego ofreció a Liniers. Por su valor, el Rey le otorgó en febrero de 1807 el grado y sueldo de Subteniente de Infantería.

 Y con estos hechos que acabo de referir aparecen las últimas lecciones que nos dejan estos episodios de 1806.

La séptima  es que la reconquista de Buenos Aires en 1806 fue obra de toda la población, civiles y militares, que movida por los mismos ideales de rechazo al invasor, se unió en la acción tendiente a expulsarlo. 

 La octava lección nos muestra a la totalidad de esa misma población, civiles y militares, que unidos detrás de un mismo ideal y de un mismo objetivo nos mostraron que luchando para alcanzarlos, podemos ser irresistibles para quien se nos oponga. La clave del éxito y de la victoria estuvo ese día, y sigue estando hoy, en la unión de civiles y militares y en la entrega de todos por igual. Esos días ni los civiles solos podrían haber vencido al invasor, ni los militares solos podrían haberlo hecho. Fue necesario que se juntaran y actuaran juntos. Cometería un pecado de lesa imbecilidad aquel que quisiera separarnos o dividirnos como si fuéramos sectores antagónicos. Ya lo hemos estado muchas veces y cada vez que eso ocurrió, la Argentina sufrió daños incalculables. Crear divisiones o crear odios entre nosotros sería actuar no sólo contra lo que nos enseña esta historia sino contra lo que nos indica el sentido común.

 Muy cerca de este lugar, en la vereda de enfrente, está la placa que recuerda el sitio donde cayó herido de muerte en 1807 el Teniente de Navío Cándido de Lasala. Todos esos hechos los recordaremos el año próximo. Pero mientras tanto, debemos tener presente que la resistencia de 1807 sólo fue posible porque durante un año todos los habitantes de Buenos Aires estuvieron preparando una fuerza militar que fuera capaz de ejecutar con éxito la defensa. Si en 1807 no hubiera existido esa importante fuerza defensiva, seguramente la que hoy llamamos “segunda invasión inglesa” hubiera sido un éxito. En el curso de un año, los mismos que ejecutaron la reconquista de Buenos Aires organizaron la fuerza necesaria, dejando de lado prejuicios, ventajas personales y probablemente, algunas animosidades.

 Y aquí aparece la última lección de esta historia: Para hacer posible una defensa eficaz del territorio es indispensable contar siempre con fuerzas militares a disposición, que no se pueden improvisar cuando llega la hora de la verdad, sino que se deben preparar con tiempo y contar siempre con ellas. Quien, por la causa que sea,  no entienda esta verdad de Perogrullo, padece de una ceguera incurable e imperdonable.